DIMENSIONES BIOETICAS DEL CUIDADO MEDICO EN EL ANCIANO Fernando Lolas* Profesor Titular de la Facultad de Medicina y Director del Programa Interdisciplinario de Estudios Gerontológicos |
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Palabras claves: Envejecimiento - Bioética - Atención médica
La demanda por estos
tipos de tecnologías terapéuticas y el consiguiente uso
de servicios médicos son difíciles de estimar. Sin embargo,
entre los factores que sin duda inciden está la edad de los usuarios.
La transición demográfica hacia poblaciones progresivamente
envejecidas permite anticipar patrones de uso de servicios con mayor
demanda entre los individuos añosos. Esta tendencia, estudiada
en algunos países europeos, se caracteriza no sólo por
un mayor gasto en los ancianos como grupo sino por un mayor gasto por
individuo. En Holanda, 87.3 % de los mayores de 65 años consulta
a un médico en un período de doce meses, con un promedio
de 6.7 contactos/año. Un 40% de las camas hospitalarias en Gran
Bretaña y un 42% en Estados Unidos se destinan a la tercera edad.
Por lo tanto, si bien los datos demográficos predicen el uso
de servicios indirectamente, la perspectiva hacia el futuro no deja
dudas sobre la creciente importancia de una adecuada anticipación
de los desafíos que plantea el envejecimiento de las poblaciones
humanas2 . Una de las paradojas
inherentes a la tecnificación de la medicina es que su mayor
eficacia se acompaña de frustración3
. No sólo crea demandas imposibles de satisfacer equitativamente;
también obliga al empleo de sus recursos incluso cuando su utilidad
es dudosa (futilidad médica). En algunos ancianos con dolencias
terminales, una sobreutilización de servicios "condena"
a la vida a a personas que preferirían mejor calidad a mayor
longevidad. Se ha llamado la atención hacia el miedo a ser incapaz
de detener invasivos tratamientos en el hospital y su posible influencia
sobre la tasa de suicidio en los ancianos. El conocido refrán
"Vale más la pena agregar vida a los años que años
a la vida" encuentra perturbadoras expresiones. Parece evidente
que el tratamiento ofrecido a los ancianos debe tener en cuenta al menos
tres dimensiones: lo que es apropiado según el estado
del arte, lo que es bueno o satisfactorio para usuarios
y profesionales y lo que es justo en el plano social. Conciliar
estas tres dimensiones es tarea que excede las capacidades del médico
individual y del planificador de servicios. En realidad, su armonización
es materia de una reflexión sobre las metas de la medicina como
institución social y de su inextricable ligazón con la
construcción de la cultura. Parece haber una contradicción,
por ejemplo, entre la tesis de ofrecer cuidado médico irrestricto
a todos, independientemente de la edad, y la necesidad de financiar
un sistema de salud equitativo. El recurso de la familia, fundamentado
en una solidaridad intergeneracional desinteresada, no siempre brinda
el apoyo que la expectativa predice. La aplicación acrítica
de masivas medidas terapéuticas no obedece siempre a indicaciones
técnicas sino a la angustia existencial de quienes las usan.
Es inevitable admitir que la edad introduce, no una mayor homogeneidad
de las personas sino todo lo contrario: mayor diversidad4
. Y la civilización contemporánea muestra claramente que
mayor diversidad significa mayor inequidad. Por estos motivos,
y especialmente considerando que la calidad de la vida es un constructo
subjetivo, multidimensional y de muchas facetas, tiene la medicina como
institución la obligación de anticipar los escenarios
futuros considerando su contextura bioética5
. Esto significa: en un plano societario, globalmente, tomando conciencia
de que la salud y la calidad de la vida involucran por igual a profanos
y a expertos y que el diálogo será la substancia de las
profesiones del futuro. Los desafíos parecen depender, en parte,
de algunos condicionantes ya insinuados: una mayor expectativa de vida,
especialmente entre los ancianos; también del fenómeno
de "compresión de la morbilidad", que lleva a esperar
una demanda mayor de servicios en la ancianidad; por cierto, de la esperanza
tecnocrática de que la vejez y la muerte puedan ser "derrotadas"
y eventualmente eliminadas; sin duda, de la imposibilidad de dar de
todo a todos, por barreras económicas, políticas y culturales.
Pero el mayor desafío consistirá en recuperar una perspectiva
"humana", sin que esta admonición suponga ninguna lírica
pretensión de compasiva beneficencia sino el reconocimiento de
que el "mundo de la vida" necesita ser considerado en su total
complejidad, más allá de las limitaciones y reduccionismos
de la mirada experta6 . Lo propio, lo bueno y lo justo, los tres pilares de la reflexión bioética, deben ser considerados conjuntamente al valorar las nuevas tecnologías y su impacto, al considerar las medidas de planificación y su control, al diseñar mecanismos de gestión sanitaria y su implementación, al ponderar la influencia de la cultura y la familia en el cuidado de la salud y, especialmente, al enfrentar la cotidiana necesidad de que el ejercicio de la medicina sea un arte virtuoso. La interrelación de estas dimensiones tan diversas y de exigencias tan contrapuestas se produce en la conciencia individual de todo médico, en la estructura de las instituciones públicas y privadas y en las directrices políticas que se inspiran en los principios, los deberes y los derechos relativos a la salud humana7 . Lejos de implicar pesimismo y anticipar tremebundas y apocalípticas consecuencias, estos desafíos significarán una saludable y vitalizadora renovación para la medicina.
Fernando Lolas This paper examines
the challenges posed by the current epidemiological transition towards
ageing of societies against the background of medical technologies:
life-saving, life-sustaining, and life-enhancing. Increased life expectancy
among the elderly, compression of morbidity in the last years of life,
cost containment in health-care delivery and humane treatment are elements
of the dilemma facing modern medicine confronted to the aged. Technical
success and medicalization of life are doomed to failure if the necessary
reflection on what is proper, what is good and what is fair or just
is not incorporated into everyday practice. This bioethical dimensions
should be reformulated at the level of the individual professional,
the institutional environment and the social milieu. Aside from gloomy
predictions about the future, the challenges imposed by treatment of
the elderly are seen as invigorating stimuli for the continuous improvement
of medical care.
1. JENNETT B. Treatment of critical illness in the elderly.
Hastings Center Report 1994; 24(5):21-22.
©PRIEG 2001 |