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Según los propios ancianos, sus problemas más importantes estaban relacionados con las exigencias económicas y de salud, representando lo económico la principal preocupación para los menores de 75, mientras la salud se manifestó como tema prioritario sólo en los grupos más altos, especialmente en mujeres. Aquí surge un elemento clave para el rediseño de las políticas dirigidas a la vejez, y es que culturalmente existe un acondicionamiento para considerarlos como "enfermos". Este estudio revela que los mismos afectados declararon sentirse "sanos" en más del 65% de los casos. El 71.9% de ellos declaró tener algún problema de salud al momento de ser interrogado, más las mujeres que los hombres. Entre los problemas que ellos señalaron con mayor frecuencia estaban los asociados al aparato circulatorio, al sistema osteo-muscular, traumatismos, accidentes y enfermedades de los órganos de los sentidos, respecto a ésta última alrededor del 30% refirió problemas secundarios para enfrentar sus actividades diarias por disminución de la visión y un 12% de audición. Al 28% de los entrevistados la falta de piezas dentales le impedía la masticación. Este estudio aportó un elemento innovador al manejo del adulto mayor, por cuanto demostró que contrariamente a la percepción cultural que se tenía de ellos en la sociedad chilena, los senescentes entrevistados tenían buena capacidad para cuidar de sí mismos. Para conocer su medida, se elaboró un Indice de las Actividades de la Vida Diaria (AVD) que permite agrupar a la población objetivo en tres categorías: los auto-valentes, que desarrollan su vida normalmente sin ayuda; los que requieren ayuda para determinadas actividades, y los frágiles e inválidos, que están impedidos de atender a su cuidado sin asistencia. Esta clasificación permite identificar los servicios de apoyo necesarios para conservar la autonomía o atenuar la dependencia según el caso. Los resultados muestran que el 66.7% de la población mayor cubierta en este estudio puede definirse como funcionalmente sana, capaz de llevar una vida independiente, 30% son funcionalmente frágiles, es decir requieren auxilio para ciertas actividades, y el 3.3% es funcionalmente dependiente y padece invalidez severa.
Asumimos que este evento de permutación generacional en la composición de la población, debe ser entendido no como una simple valoración estadística, sino como una profunda transformación de la sociedad chilena y de aquellas que se encuentran en situación similar, tanto en Latinoamérica como en el mundo, porque involucra aspectos de tal variedad y complejidad, que obligan a replantear desde vínculos afectivos hasta necesidades materiales, desafiando las capacidades estructurales y funcionales de todos los actores involucrados. La variación es eminentemente cultural, y sus consecuencias también deben ser leídas en el largo plazo como agentes introductores de nuevas exigencias que requieren para su satisfacción de elaboraciones políticas frescas y creativas.
Las imágenes que tiene la sociedad actual respecto a la senectud, tanto las que elabora quien está experimentando el proceso como sus cercanos y la sociedad en general, corresponden a patrones culturales de NEGACION, de no querer reconocer que el envejecimiento es una situación insoslayable para el ser humano, aún el del siglo XXI, integrante de una sociedad que ha logrado tantos avances científicos y tecnológicos cuyos beneficios deberían ser capaces de corregir situaciones tan indeseables como ésta. Nuestra aldea global refuerza constantemente esta idea, apoyada por los medios de comunicación. Para sustentar estos dichos, señalemos algunas observaciones que desde luego no son exclusivas de nuestro país, que nos demuestran la existencia concreta de estas conductas de no aceptación de esta etapa inevitable, como si por el simple hecho de desearlo así se pudiera lograr: · La vejez es percibida como una situación angustiosa,
estereotipada en imágenes de ancianos enfermos, inválidos,
que sufren graves alteraciones emocionales, y que por sobre todo, representan
una carga emotiva y económica para sus familias, sea que compartan
el hogar con sus parientes, vivan solos (as) o estén internos (as)
en instituciones especiales. Los medios de comunicación en general
se refieren al "problema de envejecer", como algo completamente
ajeno a las realidades individuales de todos los involucrados en el proceso
comunicacional. Es como si comunicadores, lectores, auditores o tele espectadores
estuvieran completamente a salvo de vivir este tránsito. Esto se
expresa abundantemente en documentales y programas testimoniales que ilustran
destructivamente este paso y también en la ausencia de imágenes
de adultos mayores en la televisión. No hay conductores de este
grupo de edad en la programación de alto "rating"; por
el contrario, hay profusión de figuras muy jóvenes. La televisión es un sistema centralizado de narrar la historia. Sus dramas, anuncios, noticias y otros programas llevan a un mundo relativamente coherente de imágenes y mensajes comunes a cada hogar televidente. Las generaciones actuales nacieron dentro del ambiente simbólico de la televisión y viven con sus respectivas lecciones a lo largo de la vida. La televisión cultiva desde el principio las predisposiciones genuinas que influyen en los usos y selecciones culturales futuros. Trascendiendo barreras históricas de cultura y movilidad, la televisión se ha convertido en la principal y más común fuente de cultura cotidiana de una población diversa y heterogénea como la nuestra. Muchos de los que actualmente dependen de la televisión, nunca, anteriormente, habían tomado parte en una cultura política nacionalmente compartida. La televisión suministra, quizás por primera vez desde la religión pre-industrial, un fuerte vínculo cultural entre las elites y el resto del público, un ritual diario compartido y con contenido altamente informativo e irresistible. ¿Cuál es el papel de esta experiencia común en la socialización general y en la orientación política de los chilenos? Es una cuestión que está recién siendo estudiada. La transmisión de valores y creencias, que a su vez generan actitudes
de aceptación o de rechazo frente a determinadas posturas, también
se realiza de modo más sutil a través de la emisión
de noticias "objetivas" y de programas de entretenimiento, aparentemente
libres de toda manipulación política. Esas noticias y esos
programas, al destacar unos hechos y no otros, al mostrar un tipo de actitudes,
por ejemplo solamente a ancianos desvalidos, feos, asexuados, que representan
una carga para sus familias y también para el país, están
sugiriendo claramente una forma sesgada de ver la vida, y por cierto,
constituye manipulación franca. Por tanto, habría que considerar
como elementos de información y socialización política
no sólo a las comunicaciones que van explícitamente en ese
sentido, sino también a todas aquellas que implícitamente
tratan sobre ello. Por otra parte, la programación tiende a sobre
representar ciertos grupos en desmedro de otros, afectando particularmente
a minorías étnicas. Lo mismo ocurre con otras situaciones
no deseables de acuerdo a los modelos estéticos actuales, entre
los que desde luego se incluyen ancianos, obesos, enfermos, etc. También
conviene destacar la importancia que en este aspecto tienen las series
y películas de todo tipo, ya que sus formatos de dramatización
apoyadas en imágenes, resultan especialmente adecuadas para captar
la atención de la audiencia. Y esto constituye el primer requisito
para que el proceso de influencia tenga lugar. La primera conclusión de esta prospectiva entonces, es que la sociedad chilena debe orientarse hacia el cambio de imagen tanto frente al proceso de envejecimiento como a la vejez, en el sentido de revalorizarla positivamente, erradicando mitos, estereotipos y tabúes. De no ser así, los objetivos políticos proclamados acerca del envejecimiento activo, digno, integrado, o adulto mayor actor de su propio paso, responsable, consciente y participante, no podrán realizarse sin este progreso previo. Para ello se requiere implementar acciones educativas en la población a nivel general, y por cierto en lo particular con la población objetivo. Estamos conscientes que esto es parte del cambio cultural general, por lo tanto largo y difícil, razón que debe movilizarnos desde ya para que el 2010 estemos en condiciones de medir avances al respecto.
Por cierto existen factores que en un momento dado pueden actuar como
obstáculos para los fines del colectivo organizado, tales como
los aspectos legales y administrativos. Otros posibles inconvenientes,
son aquellos inherentes a la dinámica interna de la organización,
que se revelan principalmente en el modo de relacionarse de la elite dirigente
con sus asociados, manera que a su vez está ligada a los recursos
humanos disponibles, tanto respecto a los niveles de educación
formal alcanzados por sus miembros, como al conocimiento específico
relativo a los fines que persigue la estructura. Y por último,
siempre está presente la limitación de recursos económicos.
Frente a cada uno de estos aspectos, el estudio de la determinación
de fortalezas y debilidades de la organización, entre otros, es
uno de los procedimientos recomendables para ayudar a revertir algunas
de estas eventuales carencias. Podemos concluir entonces, que existe una línea muy sutil entre lo que es político de lo que no lo es, y que este borde está dado en función de la determinación de espacios públicos y privados, correspondiendo el primer ámbito a la política, lo que significa que los demandantes presentarán reclamaciones a las instituciones políticas, mientras que en el nivel social los mismos actores, u otros nuevos organizados específicamente en torno a un fin preciso, buscarán satisfacer sus necesidades movilizándose ante figuras distintas a las de la escena política, que tienen muy escasa o simplemente no tienen vinculación con el sector público. Ha sido característico de las democracias occidentales de fines del siglo XX una creciente preocupación por la falta de participación política de la sociedad civil en general. Uno de los elementos que más frecuentemente se esgrimen al respecto es la apatía electoral de los ciudadanos, quienes demuestran cada vez mayor renuencia en acudir a las urnas, especialmente los más jóvenes. De esta posición por supuesto nuestro país no está excluido. En este imaginario se está reduciendo la participación política al ejercicio del sufragio, elemento que como ya vimos antes, si bien ha sido capital en la extensión de la democracia como sistema de vida, no es el único, existiendo amplios espacios por utilizar para ejercer el derecho a la representación de intereses a través de la participación. Sin embargo, aún cuando existe un discurso oficial respecto a considerar el adulto mayor como uno de los actores de su propia integración, todavía los canales de expresión las organizaciones existentes son escasos. La Central Unitaria de Pensionados, Jubilados y Montepiados de Chile, la Asociación de Jubilados, y la Central de Jubilados del INP son grupos de presión organizados y reconocidos como interlocutores válidos por los diferentes actores. Su relevancia en el escenario nacional en términos de presencia política ha ido cambiando: el perfil más alto lo tenía antes la Asociación, ahora desplazada por la Central. Existen por cierto muchos otros grupos de senescentes agrupados en torno a ONGs y gobiernos locales, pero no han logrado involucrar masivamente a nuestra población objetivo. Los ancianos constituyen un universo electoral distinto, que ha estado incrementándose tal como lo prueban las estadísticas demográficas con que ilustramos este estudio. Sabemos que en el primer año del milenio 7 de cada 100 habitantes tienen más de 65 años, al bicentenario serán 9 y al final de la segunda década 11. El adulto mayor ha adquirido un nuevo potencial político en términos del creciente volumen que representan dentro del conjunto de electores chilenos. Hoy día son aproximadamente el 10%, es decir alrededor de un millón doscientos mil votos, el año del bicentenario probablemente llegarán a los dos millones, y el 2025 se acercarán a los dos millones y medio de votantes. Pero a estas estimaciones será necesario agregar también la otra tendencia de los jóvenes a no inscribirse en los registros electorales, razón por la cual es bastante probable que este peso electoral aumente todavía más en favor del grupo anciano. Uno de los elementos más interesantes respecto al comportamiento de los senescentes originado en este cambio demográfico, es el relativo a su disposición de tiempo libre, recurso altamente valorado por las generaciones más jóvenes, pero que sin embargo tiene connotaciones distintas en nuestra población objetivo: El uso de este tiempo en beneficio de ellos mismos depende en gran medida de sus recursos económicos. Podemos asumir que el 8% de ellos afiliados a ISAPRES tienen mayores ingresos, lo que nos hace suponer que es probable que no tuvieran mayores problemas económicos asociados. Pero dentro del 90% restante, es necesario todavía hacer otra distinción más fina: El 18% son pobres, y de ellos el 4% indigentes, es decir carentes de todo recurso. La mayor cantidad de pobres se radica en la VIII Región, casi 28%, seguida por la IX, 27% y la IV con casi 23%. En la Región Metropolitana la proporción es más baja, corresponde al 11.5%, pero dado el fenómeno de concentración del país en la capital, significa que en Santiago viven alrededor de 500.000 ancianos, de los cuales casi el 18% son pobres. Esperamos que los índices de pobreza desciendan en los próximos diez años, expectativa fundada en que por una parte, el crecimiento económico del país repuntará, lo que traería como consecuencia que sean menos los sectores que dependan de ayudas estatales múltiples, como ocurre con los más pobres. Y por la otra, que la cantidad y calidad de los servicios otorgados para la atención de los grupos vulnerables, puedan incrementarse. Como segunda conclusión de este estudio prospectivo, podemos establecer
que los adultos mayores constituyen un mercado electoral relevante, de
creciente importancia en cuanto a su fuerza electoral, a medida que nos
acercamos al bicentenario. Ellos poseen una realidad propia y distinta
a las de otros grupos de edad. De acuerdo a su disponibilidad de tiempo
libre y condición de auto-valentes, que tiene el 66.7% de ellos,
si existiera la posibilidad de buenos canales de organización,
los mayores podrían movilizarse en torno a demandas económicas
y de servicios sociales en la búsqueda de mejorar su actual estado,
hecho que creemos apoyaría el proceso de cambio tanto de la imagen
que tienen de sí mismos, como aquella que la sociedad tiene de
ellos. Pero antes, los actores políticos deberán establecer
vinculaciones con este grupo, lo que pasa primero por la inclusión
del tema de la tercera edad en la agenda política. Si bien el Estado
lo ha estado haciendo, los actores políticos no lo han incorporado
en sus agendas de campaña, salvo algunos en elecciones municipales.
La "calidad de vida" es multidimensional, por tanto no puede
evaluarse atendiendo solamente a los bienes materiales o al estado de
salud. Debe comprender el estado físico, la espiritualidad, la
capacidad de desplazarse, la independencia, la satisfacción, esto
es, innumerables dimensiones. No es de extrañar entonces, que en
algunos aspectos haya mayor precisión que en otros, siempre teniendo
en cuenta que lo que es estimado como bueno, pueda variar según
el tipo de escala o la forma de medir. Así llegamos al tercer elemento
del constructo: su complejidad, producto de la heterogeneidad. El cuarto
componente es que calidad de vida es un concepto dinámico. La apreciación
al respecto que se tiene a los veinte años es distinta a los cuarenta
o cincuenta, no solamente porque algunas preferencias han cambiado, sino
porque determinadas limitaciones fisiológicas imponen diversos
tipos de satisfacciones, y por que además, el propio criterio con
que se evalúan las cosas cambia. Una cuantificación o una
evaluación cualitativa que no tome en cuenta este hecho, perderá
algo indispensable para comprender la diversidad por edades. Como tercera conclusión prospectiva, proponemos adoptar este concepto "calidad de vida" en sus posibles aplicaciones para el estudio y elaboración de políticas públicas en beneficio de la población de adultos mayores, teniendo en cuenta que por ser un concepto subjetivo, multidimensional, complejo y dinámico, es el marco que ofrece la mejor interpretación integral para abordar futuras acciones. 3.1) La salud: Sabemos ya que el adulto mayor es un sujeto vulnerable en muchos sentidos, y uno de ellos es que enferma con mayor frecuencia que otros grupos de edad. Aproximadamente el 75% de todos los adultos mayores del país son beneficiarios del sistema de salud público, de estos 2/3 tienen derecho a recibir atención gratuita en los establecimientos estatales y FONASA, grupos A y B. De este modo podemos asegurar que el 50.1% de los adultos mayores del país dependen del estado para recuperar su salud. Esta carga aumentará en el bicentenario. Mientras hoy día hay 700.000 beneficiarios, el 2010 ellos habrán aumentado a cerca de un millón. Por su parte las ISAPRES estudian planes para incentivar ahorro extraordinario entre sus cotizantes jóvenes, para enfrentar el mayor gasto que tendrán en su vejez. La perspectiva del equipo de salud, da cuenta de la falta de servicios
de salud especializados en adulto mayor, tanto a nivel de recursos humanos
debidamente entrenados como de establecimientos de atención, sea
a nivel primario o de mayor complejidad. Por otra parte, persiste todavía,
aunque en menor grado, la tendencia curativa del modelo de atención,
que favorece largas hospitalizaciones que les generan otros problemas
adicionales, tales como aumentar sus dificultades locomotoras, exceso
de consumo de medicamentos, y lo que es más grave, predispone a
la desvinculación de los familiares una vez que el anciano ingresa
al hospital. Señalan además la falta de coordinación
entre el sector salud con otros sociales y comunitarios, y a pesar que
es una recomendación de larga data, todavía no se dispone
de alternativas reales para asistir a los ancianos frágiles que
permanecen en sus domicilios sin trasladarlos a centros asistenciales.
Para ilustrarlo lo dicho, podemos señalar que en 1992 los adultos
mayores tenían la tasa más alta de hospitalización,
excluyendo a los menores de un año: 175.6 egresos por cada 1.000
habitantes con un promedio de 12 días de estada (el promedio es
de 8 días para la población en general), siendo su probabilidad
de hospitalizarse 2.4 veces superior que la población en general
(excluidos los embarazos). La atención de salud del senescente debe ser llevada a cabo por un equipo transdisciplinario, debidamente entrenado. Aquí tiene especial importancia la formación académica de post-grado en gerontología, la que se está abordando a través de algunas universidades, pero todavía dista de alcanzar niveles de suficiencia. Referente a lo mismo, es muy importante disponer de recursos humanos y materiales especializados en gerontología en aquellas regiones más envejecidas: lV, IX y X, y también donde se concentra la población de senescentes más pobres: VIII, y otra vez la IX y IV. Ahora bien, todo este proceso terapéutico debe esforzarse en considerar al paciente anciano sujeto y no objeto de las atenciones recibidas. Por una parte, él o ella deben ser capaces de valorar los progresos, retrocesos o situaciones estacionarias que van experimentando con el tratamiento, y por la otra, las normativas y los programas deben tener cierta flexibilidad para poder respetar estas diferencias individuales, lo que es una permanente tensión frente a la cuantía siempre escasa de recursos. La recuperación de la salud del adulto mayor debe ser entonces, una propuesta integral que a partir del reconocimiento y aceptación de la subjetividad del anciano, se oriente hacia la satisfacción de la dimensión individual, para desde allí proyectar el impacto colectivo que estamos preconizando. Como cuarta conclusión de esta prospectiva, es razonable admitir que los servicios entregados por la salud estatal, deberían incorporar nuevas acciones derivadas específicamente de las necesidades de protección del adulto mayor, con mayor énfasis en aspectos de fomento y prevención, sin perjuicio de mantener y perfeccionar las curativas, para lo que presentamos las siguientes sugerencias : · Es recomendable superar el enfoque en cuanto a la determinación
de beneficiarios únicamente por tramos de ingreso, ya que esta
forma no permite dar cuenta de los factores específicos del proceso
de envejecimiento en sí, ni tampoco del cambio demográfico
que estamos viviendo. Mejorar este problema tiene connotación legal,
por cuanto la ley misma no contempla referencia específica ni a
la evolución del envejecimiento ni tampoco al estado de vejez,
en términos de cuales serían los derechos de los adultos
mayores en esta materia, frente a las distintas situaciones que se van
presentando. 3.2) La Seguridad Social: En relación a nuestra población adulta mayor, es en este campo donde notamos con mayor fuerza la presencia de la economía de mercado, al coexistir un sistema mixto, cuyo esquema en lo privado, se define como un régimen jurídico institucional basado en la creación de un fondo individual de capitalización, compuesto por las cotizaciones del afiliado y las rentas que obtiene a lo largo del tiempo la respectiva administradora y que al final de la vida laboral, constituye un capital con el cual se puede contratar un seguro de renta vitalicia, un retiro programado del capital o una renta temporal con renta vitalicia diferida. De este modo, la suficiencia y la cobertura están determinados por el capital así formado, y en todo caso, están garantizados por el Estado en la forma que la ley determina. Actualmente hay alrededor de seis millones y medio de personas afiliadas al sistema privado, soportadas por aproximadamente la mitad, más o menos tres millones que son los cotizantes, distribuidas en 8 instituciones o administradoras (AFP). Conforme a los resultados de la encuesta CASEN 1992, el 43% de la población adulta mayor no está afiliada a ningún sistema previsional, lo que representa a un universo de más o menos 120.000 personas, situación más frecuente en zonas rurales que urbanas.
Quinta conclusión de este análisis, sobre aspectos relativos a seguridad social: · El adulto mayor antes y ahora, accede al sistema de seguridad
social principalmente por causales de edad. Esta situación general
por cierto no da cuenta de las diferencias al interior del mismo grupo
etario que analizábamos antes, puesto que hay un progresivo aumento
de la vulnerabilidad del adulto, y por ende, mayores necesidades mientras
más avanza en edad. Así, no es la misma la situación
de un adulto de 65 que la de uno mayor de 70. Un avance al respecto, es
que el monto de las pensiones mínimas ya ha sido incrementado si
el beneficiario es mayor de 70 años, pero salvo en este caso, la
mayor edad no ha sido incorporada como parámetro para elaborar
políticas de seguridad social que permitan definir otros beneficios
distintos. De acuerdo a información de Junio de 1995 , por concepto de bonos de reconocimiento, el Fisco pagó 1.300 millones de pesos, 83.871 UF, lo que representaba un 5.09% del PIB. La obligación adquirida con los bonos de reconocimiento tiene proyecciones muy relevantes para este análisis: En el año 2000, sea por vejez, invalidez, fallecimiento o jubilación anticipada, el estado chileno habrá pagado 21.801 unidades, equivalentes a 21.412.632 UF. En el año 2010, deberá pagar casi el doble, 39.797 unidades, lo que significan 34.446.669 UF. El punto más alto respecto a esta deuda se registrará el 2016, cuando el fisco deba cancelar 43.024 unidades de bonos. Posteriormente la obligación va descendiendo: el año 2020 habrá que liquidar 34.085 bonos, que significan 10.256.694 UF, para extinguirse el 2035, cuando se pagarán los últimos 2 bonos de reconocimiento. · En Septiembre 2000, el gobierno presentó al Congreso
Nacional una propuesta tendiente a igualar montos de pensiones mínimas,
y que además eliminará progresivamente los pagos adicionales
entre 2 y 4%, que los jubilados deben efectuar además de su cotización
de salud obligatoria del 7%. La distorsión venía produciéndose
desde 1988, año en que fue promulgada la ley 18.754, que estableció
el pago del 7% del salario para salud. En esos años, existían
38 cajas de previsión distintas y cada una de ellas operaba con
sus propios montos. Después de la promulgación de la ley
mencionada, siguieron incautándoseles a los pensionados las sumas
complementarias, las que pasaron a formar parte de un fondo solidario.
El actual proyecto financiará este fondo con recursos fiscales,
lo que significa un aporte de 12.500 millones de pesos, que se realizará
en tres etapas: un tercio de los jubilados cesará su obligación
de pago al 01 de Julio del 2001, el segundo tercio a contar del 01 de
Enero del 2002, y el último a partir de Julio de ese mismo año.
Entendemos por tal, al conjunto de personas unidas por el sentimiento de pertenencia a un grupo consanguíneo, y que además se sienten ligados por vínculos de solidaridad y afecto. Al respecto, es importante conocer la situación de pareja de nuestra población objetivo. El 55.5% de los adultos mayores vive en parejas y el 45 restante no tiene. Entre los que están sin pareja, el 27.9% se encuentra en situación e viudez. El 13.2% son hombres viudos, porcentaje que se triplica en el caso de las mujeres, ya que afecta al 39.3% de las mayores de 60 años. Esta última cifra se explica por dos razones: Primero porque la expectativa de vida de las mujeres es superior. Para el quinquenio 2000-2005 ésta es 76.6 años para la mujer y 69.4 para el hombre, mientras en el quinquenio 2020-2025 se estima aumentará a 78 años para las mujeres y 71 para los hombres. Y segundo, por el patrón cultural que orienta a las mujeres a establecer pareja con hombres de mayor edad que ellas. El 16.6% restante son separados o solteros. En resumen, podemos señalar que más del 70% de los hombres mayores enfrenta su ancianidad en pareja, mientras mayoritariamente las mujeres deben hacerlo solas (más del 50%). La familia es el entorno al que el adulto mayor pertenece y del que no debiera salir. Sin embargo, la soledad por pérdida del o la compañera les hacen cuestionarse el sentido de sus vidas, especialmente en el caso de las mujeres, que sabemos que tienen mayores índices de dependencia porque son más desvalidas en términos económicos, numéricamente son más que los varones, y también viven más tiempo. Los grupos en condiciones socio-económicas más deprimidas, tienden mayoritariamente a compartir su hogar con los mayores, entendiendo por tales no solamente a sus padres, sino a veces parientes lejanos, e incluso otros ancianos no consanguíneos. En los estratos medio y altos, las actuales condiciones del mundo post-moderno imprimen un sello de individualidad que cuestiona el principio de unión familiar. Estos grupos familiares, por sus múltiples actividades laborales y de otra índole, van disponiendo cada vez de menos espacios para interactuar con los suyos. Si la prioridad la tienen los miembros de la familia nuclear, léase padres e hijos, y esta interacción se torna cada vez más problemática, es fácil deducir que la misma dificultad será todavía mayor respecto a los ancianos. Dentro de estas categorías socio-económicas, una porción menor de ellos, especialmente los de mayores ingresos, ha optado por un modelo de interacción distante, en que los miembros de distintas generaciones viven en hogares separados, pero reconocen sus lazos afectivos y se reúnen con cierta frecuencia. No obstante, todavía gran parte de los estratos aludidos continúa compartiendo el mismo hogar con sus mayores. La convivencia familiar para los adultos mayores es el ambiente natural donde ellos pueden en mejor forma recibir el afecto y comprensión necesarios para adaptarse a los cambios del envejecimiento. Por una parte, el grupo familiar les ayuda a sobrellevar sus limitaciones y el dolor de sus pérdidas disminuyendo factores de angustia, porque se sienten respaldados por los apoyos que reciben expresados en consejos e información; y por la otra, les permite satisfacer una de las necesidades más importantes de todo ser humano: amar y sentirse amado. Es importante señalar que estos apoyos son mejores y más sólidos dentro de los sectores calificados en tramos socio-económicos medios, mientras que en los más pobres no solamente faltan recursos económicos, sino además sus recursos afectivos están deteriorados, lo que para los ancianos tiene repercusiones especialmente serias. No obstante lo anterior, es necesario tener en cuenta algunos elementos
adicionales: Sin embargo, la vejez humana es posible sólo en sociedad. La civilización consiste en proveer lazos significativos para que las personas alcancen dignidad y satisfacciones. Para que la calidad de vida sea digna. Una forma de relación corrientemente invocada es la del deber. Los jóvenes deben cuidar a los más viejos para asegurar la continuidad de la especie, mientras como contrapartida los viejos ya dieron todo lo posible de sí, lo que los hace acreedores a respeto y apoyo. Sin embargo este deber es bastante nominal, siendo la idea más aceptada la de solidaridad. Existe una solidaridad horizontal entre quienes pertenecen a un mismo grupo y una vertical, entre los miembros de los grupos y la autoridad de la sociedad mayor que los alberga a todos. Ambas formas de solidaridad pueden estudiarse y desarrollarse conjuntamente, en una reflexión micro-bioética, centrada en el individuo y sus vínculos, o macro-bioética, centrada en los conjuntos y la sociedad amplia. La séptima conclusión es esta prospectiva se refiere al desafío que implica para la sociedad propender a lograr la adecuada inserción del senescente tanto en su grupo familiar como en su medio social. En el año del bicentenario la sociedad chilena deberá
proveer los medios para la atención de 2.123.602 ancianos, en lo
posible dentro de los contextos familiares, en circunstancias que dicho
recurso se va haciendo cada vez menos disponible por las razones antes
argumentadas. Mientras en 1960 la población chilena mayor de 60
años era de 569.000, en treinta años, al llegar a 1990,
se había duplicado. Durante la última década del
siglo XX creció en un cuarto más, y para el año 2020
nuevamente se habrá duplicado, pero esta vez el proceso tomará
10 años menos que la vez anterior. En consecuencia, es necesario
intensificar la ayuda familiar cuando la dependencia es más fuerte
y la situación socio-económica es de mayor pobreza. Esto
no involucra solamente recursos económicos directos, que en su
mayoría deberán provenir del estado por tratarse de un grupo
altamente vulnerable, sino además es una demanda emergente en términos
de provisión de servicios sociales, alternativas que requieren
del concurso de otras fuentes de soporte distintas al estado, concebida
como un sistema de redes sociales no gubernamentales y privadas, capaces
de dispensar asistencia cognitiva y afectiva a los ancianos con deterioro
familiar o carentes. Estas organizaciones, idealmente en su parte operativa,
deberían estar compuestas en su mayoría por los propios
adultos mayores, y constituirse en torno a objetivos de sociabilidad,
recreación, aprendizaje y auto-ayuda. |
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